El objetivo de cualquier acción de higienización debería ser proporcionar un producto capaz de cumplir con aquello que el consumidor desea y/o necesita. Para ello es necesaria una buena calidad de producto e información adecuada sobre la correcta aplicación.

La información que busca el consumidor debe proporcionarse en la etiqueta y la publicidad. Partiendo de esta premisa, hay que diferenciar entre los productos que existen en el mercado y que pueden ser utilizados en limpieza y desinfección de superficies, baños o utensilios. La elección de un desinfectante u otro se debe basar en el riesgo potencial que se desea controlar.

El objetivo general de la acción debería ser para asegurarla y garantizarla . En un país como España, en el que se utilizan una gran cantidad de productos con esta finalidad, la única manera de comprobar, a nivel doméstico, el grado de consecución de esta limpieza es mediante la observación visual y la apreciación de olores, deseables o desagradables. Éste es el principio general, no apreciar ningún resto o residuo tras la aplicación de un producto concreto y no detectar olores extraños.

En el ámbito publicitario esta premisa está muy clara, hasta el punto que hay muchos ejemplos en los que se pretende convencer al consumidor haciéndole ver que todo queda brillante. Es evidente que si un detergente es capaz de disolver los diferentes residuos orgánicos, no quedará nada apreciable a simple vista.

Desde hace poco tiempo se está introduciendo en el lenguaje de los consumidores el empleo de productos con acción desinfectante, con los que se pretende que, además de eliminar los residuos macroscópicos, se eliminen los microorganismos, o lo que lo mismo, los residuos microscópicos que no se pueden ver. En nuestro país existe el hábito de añadir periódicamente un desinfectante ampliamente utilizado, como la lejía o el hipoclorito sódico, aunque se están desarrollando otros productos que permitan una cierta eficacia, pero con un aroma y un aspecto más agradable.

Esta tendencia debe llevar a los fabricantes a aplicar medidas autocorrectoras, tendentes a producir y comercializar productos que posean la capacidad de desinfección real sobre superficies. Una medida en la que se corresponda la demanda de los consumidores con lo que se indica la publicidad.

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